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01Feb
Marrakech, la ciudad de los sentidos
Viajar a Marrakech es una experiencia sensorial fascinante. Los colores, sabores y aromas que desprende esta ciudad al pie del Atlas te acompañaran desde el momento que aterrizas en el aeropuerto y hasta semanas despues de volver. Es una ciudad ideal para una escapada de tres o cuatro noches. Dedicada a descubrir los múltiples encantos que nos ofrece “la tierra de Dios”, que es lo que significa en árabe. Rebosante de exotismo, intensidad y tradiciones, su visita no te deja indiferente.
Marrakech es mi ciudad favorita y me gustaría explicaros cómo la descubrí, cómo me sedujo y porqué me enamoró. Y ya que estamos, orientaros en algunas recomendaciones y experiencias, en el caso que os seduzca el visitarla.
A menudo cierro los ojos y rememoro la primera vez que ví Marrakech. Aquel primer flechazo nació en el momento en que se abrieron las puertas del avión y lentamente fue colándose una agradable brisa primaveral impregnada de un intenso aroma que después entendí que es único y característico de esta ciudad. Nos alojamos en un precioso riad dentro de la Medina. Una pequeña joya palaciega con sabor a especias y decorada con un gusto exquisito, que nos recordó el cuento de las mil y una noches. Una experiencia que no hay que perderse.
A partir de aquí, hay que dejarse llevar. Es entonces cuando la ciudad se convierte en un pequeño milagro. La ciudad roja pretende seducirte y te pide que te entregues. Disfrútala, despréndete del reloj, abandona el mapa y lánzate a descubrir su magia recorriendo sus calles laberínticas.
La Medina te hará viajar al pasado unos 500 años. Te sentirás caminando por un paraje antiguo, salpicado de calles donde los burros transitan, las bicicletas pasan rozándote el brazo, donde las mujeres con sus djeelabas coloreadas llevan su pan a hornear, donde los niños juegan por todos los rincones, los gatos corren a tu alrededor, donde los artesanos trabajan el cuero, el hierro, los tejidos, las alfombras. Todo se brinda ante los ojos, como un rico y fascinate mosaico de colores, ruidos y olores rebosando vida. Una vida ausente de tristeza, pletórica de tonalidades y pasión.
Sin embargo, si tu espíritu embriagado ante tanto contraste y novedad decide relajarse, siéntate en alguna terraza, pide un té a la menta, y deja que el tiempo transcurra convirtiéndote en un espectador pasivo y contemplativo, escucha al muezzin llamando a la oración, observa a los hombres que se dirigen a la mezquita con sus alfombras al hombro. Abandónate a tus cinco sentidos y déjate embrujar con sus cantos.
Pero la imagen de Marrakech…es su plaza. La plaza Jema El Fna. Una imagen vale más que mil palabras, y esa sin duda, es la plaza. La mítica plaza medieval, cuyo nombre significa “lugar de los ejecutados”, fue declarada Patrimonio Oral de la Humanidad por la Unesco, en el año 2001. Rebosa actividad desde la mañana hasta la noche, pero es al caer la tarde cuando la plaza se viste de gala. A ella acuden escribanos, pintores, músicos, bailarines, encantadores de serpientes, domadores de monos, pitonisas, tatuadoras de henna y vendedores de zumos de naranja (por cierto, los más sabrosos que jamás hayas probado). La plaza siempre está llena de buscavidas, de gente que va y que viene, de gente que se detiene…. Es un lugar para descubrir, explorar y sentir la magia que envuelve este punto de encuentro, de partida y de despedida. Su magnetismo hace que acabes en ella cada noche.
Marrakech enamora sólo a quien tiene capacidad para mirarla con amplitud y desde el corazón. No es una ciudad normal, no es una ciudad fácil, porque no es una ciudad previsible, es una ciudad que vibra porque está viva, porque no permite ser dominada, es orgullosa y quien entienda su alma y la mire a los ojos, quien penetre en su esencia, no podrá mantenerse alejada mucho tiempo de ella.
Bienvenidos a la Ciudad de los Sentidos.
Mónica Torres